Valencia, Venezuela. Un agosto cualquiera entre 2014 y 2017, allí estábamos mi hermano Simón y yo, sentados al frente del televisor de su cuarto, en él, nuestra Xbox 360 corría el GTA V, el juego más esperado de la temporada. Éxtasis total. 

Mi hermano y yo nos llevamos 6 años, y si bien nuestra relación siempre ha sido cercana y estable, debido a nuestra diferencia de edad habían muchísimas cosas que no compartimos.

Sin embargo, en cualquier tarde veraniega entre esos años podías escuchar disparos, carros derrapando y música de alguna estación de radio del juego, Los Santos Rock Radio fue parte de mi soundtrack cotidiano por mucho tiempo. De hecho, con cerrar los ojos y escuchar al gran Bob Seger cantando Night Moves es transportarme a esos días. (Se las recomiendo, en serio)

No éramos unos novatos en la franquicia, GTA San Andreas fue el primer gran juego que compartimos. Nuestro PS2 y posteriormente, nuestra antigua Pentium 4 tuvieron que soportar incontables horas de CJ andando por Los Santos y a pesar de las quejas y unas cuantas escondidas del DVD que contenía el juego por parte de nuestra mamá, logramos disfrutar de ese clásico como Dios manda. 

No obstante, el contexto con GTA 5 fue distinto, ya para el 2014 yo me había mudado de mi ciudad natal para estudiar la universidad en Caracas es decir, que mi hermano y yo nos veíamos únicamente en las vacaciones de verano, aproximadamente 3 meses al año, necesitábamos motivos para unirnos aún más y fue justamente allí cuando este maravilloso juego se coló en nuestra relación. 

Nuestro viaje comenzó de manera normal, alternamos la historia entre Trevor, Michael y Franklin, sin embargo, su mundo abierto dio pie a miles de aventuras más. Los Santos se convirtió en nuestra segunda casa, de hecho, mi hermano tiene la capacidad de viajar a través de ella sin necesidad de un mapa, nos conocíamos las vías más rápidas y los carros más adecuados para distintos de suelo. Vivíamos una libertad que se nos era prohibida en nuestra realidad. 

Y es que pensándolo en retrospectiva, GTA V siempre nos dio ese pedacito de libertad que se nos fue arrebatado, muchas veces, mientras jugábamos, nuestro país afuera ardía por la escasez y la crisis política, la delincuencia azotaba (y azota) a Venezuela en esos días y nosotros sencillamente buscábamos refugio en un montón de píxeles que en nuestra realidad significaba mucho más que eso, eran nuestra calma. 

Las autopistas de Los Santos fueron escenarios de muchas risas y conversaciones triviales manejando sin sentido fijo, hablando entre nosotros de cualquier cosa, era un territorio libre, una casa virtual en donde, de forma muy irónica, nos sentíamos seguros. 

Con el pasar de los años nuestros encuentros con GTA V no mermaron, cada vez que llegaba a mis vacaciones de verano nos sentábamos al frente del mismo televisor a ver una y otra vez las mismas cosas, pasar por las mismas calles, reírnos de las mismas situaciones, era nuestra rutina de reencuentro, la mejor manera de conversar.

No hay forma de desligar a GTA V de mi hermano, inmediatamente le reenvío cualquier actualización o rumor que sale sobre la saga, es una manera de mantenernos cerca, un territorio compartido lleno de millones de memorias felices. 

Hace poco, nuestro viejo y guerrero Xbox 360 se averió y con él, nuestro hobbie favorito quedó imposibilitado. Sin embargo, Simón, como buen prospecto a ingeniero ha hecho todo por repararlo. Ninguno lo comenta, pero hace más de dos años que el Xbox solo se prendía para jugar al GTA V. 

Creo que nunca será suficiente para nosotros, Los Santos y en general todo el mundo que rodea al juego es nuestro territorio seguro.

Espero algún día ir a Los Ángeles con él y poder recorrer de manera real aquellas calles que inspiraron nuestro videojuego favorito para vernos de manera cómplice, con esa mirada que dice que ya hemos estado allí miles de veces.

Por su parte, la vida sigue, él comenzó su carrera universitaria y ya yo me titulé de la mía. Por ahora Simón sigue intentando arreglar el Xbox y yo cuento los días para volver a casa.

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