Uno de los casos más escabrosos de las últimas semanas finalmente se resuelve, con la captura de Junji Matsumoto.

El habitante de la ciudad de Fukuoka de 59 años se convirtió en noticia al descubrirse que cometió el homicidio de sus padres, Hirokazu y Makie Matsumoto, de 88 y 87 años respectivamente. Siendo develado a medios como Yomiuri Shimbun, así como a The Tokyo Reporter.

Su hijo fungía como su cuidador y proveedor de atención para ambos ancianos, viviendo en la misma casa familiar. Sin embargo, entre los días 20 y 21 de junio, Junji cometería los actos que acabarían con la vida de sus padres.

Dos días después, desaparecería sin dejar rastro, huyendo en bicicleta y posteriormente en tren, en un viaje que abarcaría las prefecturas de Yamaguchi, Shizuoka, Akita y Yamagata. Finalmente siendo arrestado en la ciudad de Kyoto, bajo sospecha de homicidio.

El anime como excusa

Una vez bajo custodia, Matsumoto confesaría todo el crimen. La convivencia con sus padres era molesta para él, al no poder disfrutar su pasión por el anime, según explicó a las autoridades.

«Durante una escena particularmente buena, mi padre me llamó sin cesar para que lo ayudara. Al quejarse sobre mi actitud, lo maté», dijo el sospechoso en su declaración a la policía. Su afición por la animación japonesa es lo que ha hecho famoso este caso fuera de las fronteras de Japón, al esencialmente darle la ventana al «otaku homicida».

Esto no ha tardado en crear una discusión banal sobre como el anime afecta o no a las personas y si el fanatismo por este medio es capaz de convertir a personas en delincuentes de la peor calaña.

Es importante dejar claro que este tipo de argumentaciones le quitan el peso del delito al perpetrador, quien cometió un escabroso homicidio, cubrió sus huellas y se dio a la fuga, con conocimiento pleno de que sufriría pena carcelaria por sus actos.

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